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jueves, 4 de septiembre de 2008

Un intenso Rio

Siento un leve río dentro de mi vida, dentro de mi alma.

Siento un leve río dentro de mi vida, dentro de mi alma. Río que poco a poco sus ondas van fluyendo y rompiéndose al chocar con mi corazón que ya esta frío como piedra, endurecido como roca.

Y pasan los días. Pasa el primero, pasa el segundo, pasa el tercero; y así van pasando todos los días, y mi corazón va solidificándose más.

Siento un mar oscuro dentro de mi vida, dentro de mi alma. Mar donde rompen las olas contra mi esperanza débil y frágil, ya debilitada de aguantar el oleaje que contra ella choca.

Y se pasan los meses. Pasa el primero, pasa el segundo, pasa el tercero; y así van pasando los meses, mientras que a mi alma no le queda más remedio que enfriarse también.

Hay un gran océano abismal en mis pensamientos. Océano donde muy adentro de él, en el punto mas profundo de toda su cuenca, está enterrado este corazón, frío, helado, gélido, congelado, rígido como glaciar, hundido en un gran abismo de olvido, de desesperación, de odio, de odio por tanto amar.

Y pasarán los años. Pasará el primero, pasará el segundo, pasará el tercero; y así irán pasando los años, mientras yo pretendo olvidar, mientras yo pretendo borrar, mientras yo pretendo suprimirte de mi historia, de mi memoria, de mi recuerdo, de mi corazón. Ese mismo corazón que dejaste fraguado como peñasco, que poco a poco deslizaste entre tus dedos y dejaste caer al acantilado, y de esta manera, lo dejaste hundirse en el mar oscuro y profundo que fue apoderándose de mi vida.

Siento un pequeño riachuelo en mis mejillas. Riachuelo por donde ser deslizan mis ilusiones, por donde se escurren mis dolores, por donde se escapan mis pesares, por donde se fuga tu adiós, por donde resbala tu amor, y cae, cae en el suelo de granito, creando otro mar, un mar de lágrimas de amor.

Y se pasan los minutos. Pasa el primero, pasa el segundo, pasa el tercero; y así pasan los minutos, mientras yo veo como se inundan mis ojos, se inunda mi almohada, se inunda mi cama, se inunda mi habitación... y yo, solo puedo ahogarme dentro de mi propio llanto.

Siento un ligero charco color rojizo en el piso. Charco de aguas rojas de mi corazón asesinado, de mi corazón apuñaleado, exterminado, ametrallado, estrangulado por tu cruel indiferencia, por tu atroz desinterés, por tu implacable apatía, por tu insoportable desdén.

Y pasan los segundos. Pasa el primero, pasa el segundo, pasa el tercero; y así pasan los segundos, y mi corazón va falleciendo lenta y pausadamente mientras gota a gota se va derramando cada uno de sus anhelos, de sus deseos, de sus delirios, de su fe.

Siento un tenue arroyo en mi memoria. Arroyo el cual cuela mis emociones en una cápsula de cristal, y convierte las lágrimas saladas en agua dulce, agua potable, agua natural la cual volverá a brillar, volverá a ser cristalina, volver a ser pura, y así, creará un drenaje de mis tristezas dejando únicamente mis alegrías.

Y pasa mi vida. Pasa la brisa, pasa el tiempo, pasa el recuerdo; y así irán pasando todos los momentos de desconsuelo y aflicción, y sólo quedarán los instantes de bienestar, de suerte, de dicha, de fortuna, y tu sentirás lo que yo siento ahora, en la profundidad de este arroyo.

Siento un tenue arroyo, ligero charco, un pequeño riachuelo, un leve río, un mar oscuro, un océano profundo, una inundación aguda dentro de mis sentimientos, que debilita poco a poco a estas ganas de quererte, y de que me quieras; estas ganas de amarte, y de que me ames.



«Siento un intenso río dentro de mi vida, dentro de mi alma.»